domingo, 8 de abril de 2012

Cuánto daño nos hizo... ¡Disney!


Hace poco he comenzado a leer acerca de unos pobres y desafortunados huérfanos creados por Lemony Snicket: los hermanos Baudelaire. Los pobres infelices no tienen bastante con la muerte de sus progenitores, sino que además, son perseguidos sin descanso por un supuesto pariente -el malvado Count Olaff- cuyo único objetivo es robarles su fortuna mientras pasan de cuidador en cuidador como la falsa moneda pasa de mano en mano.
La grata sorpresa que me he llevado leyendo estas historias para adolescentes, es que por fin alguien se atreve a escribir historias para niños que distan mucho de ser idílicas. Y este hecho me alegra porque por fin, alguien se ha dado cuenta de que a los niños hay que prepararlos para la vida que les espera a la vuelta de la esquina: una serie de eventos desafortunados.
Pero no, no me malinterpreteis. No soy de esos bohemios descontento con la vida que anhela encontrar a la muerte en edad temprana, todo lo contrario. Simplemente, crecí influenciado por las películas de Disney, a las que atribuyo gran parte de mis problemas amorosos. De hecho, cualquier día me decido y termino por denunciar al señor Walt Disney, aun en su estado de congelación eterna.
Y es que para un niño empollón, mariquita y resabido, los musicales animados pueden ser -y de hecho, son- una escapatoria a la realidad como otra cualquiera. Yo, en concreto, dediqué parte de mi infancia y adolescencia temprana a la práctica adoración de este tipo de películas en las que el amor, simplemente, aparece un buen día para ser el más grande y especial de los amores descritos. 
Ese tipo de amor, el amor verdadero, llega en primavera y envuelve a los recién estrenados amantes, que alcanzan la plenitud al saberse acompañados por el amor de sus vidas.
A estas alturas, más de uno estará pensando que soy un exagerado, pero... ¿Es que acaso os parecen historias infantiles, ingenuas e inofensivas? Pues no lo son. Su principal problema es que dejan una huella imborrable con el paso del tiempo: la búsqueda del amor mediante el enamoramiento precoz y a primera vista. La espera de un flechazo inesperado que más que llenarte de felicidad, se te clava en el corazón y lo desangra.
No obstante, ese es sólo el primero de los problemas. Porque los asiduos al mojito del despecho saben que los pobres e infelices enamoradizos como yo están acechados por lobos, brujas, ogros y otros temibles personajes imaginarios que, tras mostrarte su mejor cara, te clavan sus dientes, te lanzan temibles maldiciones, se comen tu corazón crudo o cosas incluso peores. Y es que aunque tengamos parte de culpa en no saber elegir al hombre ideal -no soy de los que niegan la evidencia-, tampoco tenemos derecho a que nos engañen y se aprovechen de nosotros por ser así de ingenuos y ofrecer sentimientos a flor de piel.
Ingenuos del mundo afectados por el síndrome de Walt Disney: unamos nuestras fuerzas y exijamos más huérfanos Baudelaire y menos Arieles, Jasmines y Bellas en la educación de las generaciones futuras. Empapémonos de historias de amor que acaban mal, o mejor todavía: de historias de amor normales y mundanas. Las mismas que nos toca y nos tocará vivir cada día y que nos harán reír y nos harán ser infelices. Esas son, sin duda, las mejores.
Siempre vuestro,

Barón Von Bruise

1 comentario:

  1. Barón, cuántas verdades y que bien escritas...me apunto a demanda colectiva a Disney!

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