Claro está, que cuando unos días, semanas o meses después, te encuentras con el susodicho, pones la mejor de tus sonrisas y, además de sacar pecho, te has recolocado la camiseta y te has pasado la mano por el pelo, como quien no quiere la cosa, para comprobar que todo está en su sitio.
Pero bueno, como eres sensible, que lo eres, en realidad estás más vacío/a por dentro que otra cosa y, mal que nos pese todavía nos sangran demasiado las heridas... y esas espinas que creíamos extirpadas, resulta que se ponen a hacer de las suyas en nuestro corazoncito, dispuestas a hacernos recordar que, no sólo no lo hemos superado, sino que aún albergamos la esperanza de que él/ella cambie de opinión.
Y claro, como a esas alturas de la película ya somos capaces de agarrarnos a un clavo ardiendo, pues nos dice "ya te llamaré" y a nosotros se nos abren poco menos que las puertas del cielo...
Por supuesto, no llama. Nunca llaman.
Un tanto melancólico, pero siempre vuestro,
Barón Von Bruise
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