martes, 8 de mayo de 2012

Cuánto daño nos hicieron... ¡las cantautoras ostiables!


Cuando éramos más jóvenes -y tod@s recordamos esa época en la que realmente lo éramos- se pusieron de moda un tipo concreto de trobador/autor de sus propias canciones. Éstos, que se caracterizaban por no soltar su guitarra, su cara poco agraciada y su pelo complicado, recorrían el mundo denunciando atrocidades y cantando al amor, fuera cual fuera su condición. Pero si por algo se caracterizaban era porque te los creían, porque contaban cantando cosas que eran reales, de las del día a día. O quizás es que éramos más ingenuos que ahora.
No obstante, yo no puedo sino reconocer que me hice fan absoluto de unos cuantos de ellos; comenzando por Rossana y terminando por Tontxu y Pedro Guerra, éste último el único que por el momento parece aguantar con cierta dignidad en el mercado musical. El caso es que, independientemente de su éxito, sus canciones llegaron a formar parte de nuestra biblioteca musical.
Pero una vez pasada la moda y tras dejar atrás nuestra época universitaria, las casas discográficas parecieron centrarse únicamente en grupos y productos procedentes de operación triunfo, dejando como obsoletos a nuevos cantautores. Una decepción, por un lado, o un alivio según se mire, porque el mercado estaba empezando a saturarse de perro-flautas con guitarra.
Más, de repente y sin previo aviso, aparecen de la nada niñas vestidas como si de un anuncio de Cacharel se tratara y acompañadas de una guitarra que ocupa dos veces más que sus cuerpos -pero nunca más que sus peinados-. Lo más curioso y el denominador común para todas ellas, es que se caracterizan por tener una cabeza desproporcionadamente grande, una cara angelical, tener un nombre absurdo y cantar sobre el amor con una voz delicada e incapaz de ser sensual por mucho que se lo propongan.
El caso es que, aunque se las defina como cantautoras, ellas son una cosa diferente. Un novedoso producto de marketing bien pensado que intenta hacernos creer que, como está bien presentado en su conjunto, es creíble y lo tenemos que aceptar como verdad absoluta. Pues no, mojiteros. Estas niñas con nombres de niña bien -como Georgina o Conchita-, que cantan sobre el amor como si fuera lo único en el mundo, ese amor que mueve montañas, cruza fronteras y te lleva a hacer cosas increibles, son sencillamente ostiables
Ostiables porque estas pánfilas han sido escogidas entre miles de candidatas al ser las únicas que no han tenido que sufrir un solo desengaño y no saben lo que es el despecho.  No interesa meter en la cabeza de la gente ideas negativas. Ostiables porque para ellas no hay mejor tarde que la que pasan en compañía de su oso de peluche viendo una y otra vez “Cuando Harry encontró a Sally” o alguna otra estúpida comedia romántica para las que pronto idearé una entrada de cuánto daño nos hicieron... Ostiables porque piensan que sus canciones enamoran a la gente y les hace olvidar sus problemas. 
Ostiables porque abren la boca para cantar con su voz de niña melosa y pija y tú sólo piensas en soltarles un sopapo antológico que les vuelva la cara del revés y la voz un poco más grave. Para que sepan lo que vale un peine y para que, como decía mi padre, lloren por algo.
Las odio. Cuánto daño han hecho.


Siempre vuestro,
Barón Von Bruise

2 comentarios:

  1. No puedo ser más fans de usted (en plural, siempre), totalmente de acuerdo en todo!!!

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  2. Y la Paussini??!!! Madre mía, madre mia...

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